Penetraba imprudentemente sin conciencia, en nuestra conciencia, ese olor putrefacto,
impaciente de agudizar nuestros sentidos, sin razón ni premeditación. Acción salvaje y brutal, reacción colectiva de igual manera desconmensurada, apática y adictiva. Entre tanto, en la mitad del salón, ambos cuerpos continuaban, frenéticamente indecisos, su sexual frenesí. Alrededor, un montón de ojos degustaban la escena con despreciable atención, desgarrando a cada mirada un pedazo de amor. Salivando de placer la fila se alargaba deseosa de participación, excitándose a cada gemido mientras que en posición sumisa, se rezaba por una pausa, o un cariño que nunca era de más, pero siempre ausente. Solitaria incursión, las manos apretando nerviosamente las caderas, los dientes amontonados y estrechos hacían fuerza infantil y así, la pelvis se balanceaba levemente, dejando absolutamente todo que desear. Deseo cuidadoso y para nada espectacular el que partía sin recuerdo, sin memoria, sin rastro, ni rostro, cubierto o encubierto, para guardar su identidad y así seguir con el delirio de grandeza y pretensioso poder, una noche, cada cuatro años. Siempre y cuando se gimiera, se gritara de dolor, eran bienvenidas las risas silenciosas y las indiferentes frases de gratitud que nada tenían que ver con la poca humanidad que quedaba en ese lugar. Rutinario placer, entretenimiento atolondrado, motivación aparente, alucinante instante que babeaban todos esperando inquietos, saltones, pendejos. Desde los cubículos sagrados llenos de urnas y dudas, las masas peregrinaban hacia grandes hangares donde festejaban su victoria o maldecían al victorioso tratándolo de mentiroso, usurpador, pidiendo un cambio, una verdad y una justicia. Acto seguido eran las reuniones pretensiosas bien entrada la noche. Un juego insensato, inocente espectáculo de fantasmagoría, frágil deseo, viciosa naturaleza, ficción consumista, chupeta asfixiante, dulce y babosa autoridad, recurrente salvajismo, amor que es flagelo, inerte potestad, imaginaria postura, histórico poder, repetitiva mentira, exasperante fiesta artificialmente adictiva, incorregible práctica, silenciosa farsa, mudo artificio, propia redundancia, tuya, mía, nuestra, solo nuestra, nada mas que nuestra. Y sin más, nos íbamos todos con las manos vacías, con ideas indisponibles, con el rabo entre las piernas, preguntándonos : ¿Hasta dónde irá esta ira que nos consume, o será que consumir la ira nos hará más sabios, o será que los sabios volverán a reinar el mundo, o será que la trivial verdad encontrara finalmente la vertiente hacía nuestros corazones apáticos y necios?